jueves, 10 de diciembre de 2009

TENGO ESTO ABANDONADO, LO SÉ. PERO PROMETO ACTUALIZARLO EN CUANTO TERMINE LOS DICHOSOS EXAMENES...aunque bueno, nadie habrá echado de menos nuevas entradas.

martes, 7 de julio de 2009

A las 15.00

Él abrió la puerta de casa alas 15.00 como todos los días, y cuando lo hace, no se le olvida poner esa sonrisa en su pálida cara.

Esta vez portaba en sus manos un pequeño ramo de flores, jazmines, concretamente las favoritas de Christine.

- ¡Ya estoy en casa!

-¡Estoy en el dormitorio!

Y él corrió hacia la habitación con el ramo tras él, creyendo que así ocultaría los jazmines.

Ella estaba despojándose de una camiseta y unos pantalones vaqueros incómodos y cambiando estos por un vestido blanco y fresco incitante para él.

Se percató del ramo tan mal escondido por él y se acercó con una sonrisa de oreja o oreja.

-¿pero por qué lo has hecho?-ella no cesaba de reír y él se mostraba avergonzado.

-No sé, no hay que tener motivos, ¿no?.

-Eres adorable.

Y cogió el ramo, llenó un jarrón de agua y metió todos los jazmines ahí.

Él se acercó a ella y la rodeó con sus fuertes brazos. Cada vez que hacía esto, ella se sentía protegida, como invulnerable a todos los males existentes.

Se besaron, tanto que parecía que se estaba fundiendo el uno con el otro.

-Te juro que eres mi mayor tentación.

Y a continuación hicieron el amor, como cuando aún tenían 16 años, como si fuera otra vez la primera vez.

Después, quedaron rendidos y Christine quedó dormida.

Soñó con él, como no. No podía tener en mente otra cosa. Él siempre era el protagonista de sus sueños desde hacia ya cuatro años.

Se despertó sobresaltada como si se tratara de una mala pesadilla, aunque no fuera este el caso en absoluto.

Se volvió deprisa para el lado izquierdo de la cama; no había nadie, se había ido, había dejado su cama fría y solitaria otra vez. El colchón echaba de menos su cuerpo, al igual que Christine.

Siempre ocurría lo mismo, siempre se quedaba solitario el lado izquierdo de la cama después del momento de pasión y ella se sentía por unos instantes como la típica chica que se despierta solitaria en la cama después de un romance pasajero de una noche, cuando el chico ya la ha abandonado sin despedirse. Pero pronto reaccionaba; ella sabía que aquello no era algo pasajero, que él no se había despedido de ella para no molestarla mientras se encontraba en el reino de sus sueños, y que volvería a verlo al día siguiente, a las 15.00, cuando entrara por la puerta y se muriera de ganas por amarla, con ramo o sin él.

lunes, 29 de junio de 2009


-¡Joder, Joe! ¡Maldita sea! ¡Vamos a morir aquí! ¿No ves? estamos todos disparando sin un blanco en concreto.
-James, ¿y por qué estamos aquí?¿para servir a la patria? y dime, ¿qué ha hecho la patria por nosotros? A mí ahora la patria me está jodiendo la vida, ¡qué coño! me la va a quitar en un momento u otro. La próxima llamada que reciban nuestras mujeres va a ser la que les anuncie nuestra muerte, ¿me oyes?. Y si tan importante tiene que ser la patria para nosotros, dime, ¿va a ser la patria la que llevará a mis hijos al colegio cuando yo esté en una puta tumba? ¿la que satisfacerá a mi mujer? James, la cagamos cuando nos metimos en esta mierda...

jueves, 25 de junio de 2009

¡¿AMOR?!


“ ¿Y qué mas le voy a pedir a esta vida? Tengo una buena casa en el centro de Madrid, un buen trabajo en donde me valoran, un buen sueldo con el que me permito mis caprichos más costosos… ¡¿qué?! ¡¿AMOR?! ¡eso es de bohemios! ¡el AMOR no es imprescindible para respirar!”
Lástima que se equivocara…



Estaba en un banco de Gran Vía esperándole, sí a él. Habían quedado a las seis de la tarde y ya pasaban diez minutos de esa hora, pero a ella no le importaba por la simple razón de que se trataba de él. Estaba enamorada de él desde la primera vez que lo vió, cuando su amigo Sebas se lo presentó. Había salido con él un par de veces con otros amigos y hoy era la primera vez que habían quedado solos.

Las seis y cuarto.
Ella miraba con detenimiento a los peatones de Gran Vía buscando en cada rostro la cara de él , pero no la encontró. Sin embargo, se percató, después de tantos años viviendo en aquella inmensa ciudad, del enorme bullicio que siempre habitaba allí.

Las seis y veinte.
Miraba su reloj y parecía como si el tiempo no hubiera corrido tanto antes, sin embargo, le daba igual esperar porque estaba segura que él iba a aparecer en un momento u otro e iban a pasar un buen rato juntos, además, ella tenía pensado declararse, aunque le daba igual la repuesta que él le fuera a dar.

Las seis y media.
El reloj corría más todavía.Para la ocasión, ella se había maquillado con aquellas pinturas que hacía mucho tiempo que no utilizaba.

Las siete menos veinticinco.
Se había puesto una falda que se había comprado la semana anteriory que jugaba recelosa con sus largas piernas. La camisa que llevaba era su preferida y destacaba su escote, el mismo que muchos viandantes que habían pasado por delante de ella habían mirado, unos con disimulo y otros descaradamente.

Las siete menos cuarto.
Ella empezaba a preocuparse seriamente: "¿ Le habrá pasado algo?" "¿Se habrá olvidado de nuestra cita?". Miles de dudas empezaron a aparecer por su cabeza tan bien amueblada.Las siete menos diez.Pensaba que nunca podría enfadarse con él , que lo amaba demasiado como para coger un berrinche, pero se equivocaba. Estaba empezando a fruncir el ceño. "¡Menudo cabrón!" se repetía, pero no tenía la fuerza de voluntad necesaria para irse de esa banco de aquella simbólica calle y mandar a tomar por culo a la cita y a él. Cada vez que lo intentaba se le aparecía su perfecta cara en la mente, con sus perfectos ojos azulados y sus perfectos labios carnosos que ansiaba comer.

Las siete.
El berrinche pasó a enfado y el enfado a rabia. Sus ojos derramaban lágrimas, la fantasía e ilusión habían desaparecido por completo. Ahora sí que tenía la suficiente fuerza de voluntad. Y así hizo, se levantó y se marchó, a su casa, por supuesto, allí era donde se sentía segura. En todo lo que duró el trayecto, las lágrimas no cesaron de caer de sus negros ojos.
Le costó encontrar las llaves que abrirían las distintas puertas de acceso a su apartamento.Una vez dentro, corrió histérica al baño, se miró en el espejo y se produjo asco a sí misma. Triste, pero cierto.
Abrió el pequeño armario-botequín que se situaba encima del espejo y buscó ansiosa, encontro, al fin, un pequeño bote cilíndrico que contenía innumerables pastillas de color azul. No exagero si digo que cogió cinco y las guardó con cautela en su mano. Salió corriendo del baño en busca de papel y boli, y con letra grande y caligrafía perfecta escribió:

"EL AMOR ES FANTASÍA PARA UNOS Y DESDICHA PARA OTROS.
MALA SUERTE QUE ME HAYA TOCADO LO SEGUNDO."

A continuación, se metió una a una cada pastilla, pero a una velocidad vertigionosa, ayudándose a digerirlas con un poco de agua.

Las siete y media.
Y se desvaneció sin fuerza alguna.