martes, 7 de julio de 2009

A las 15.00

Él abrió la puerta de casa alas 15.00 como todos los días, y cuando lo hace, no se le olvida poner esa sonrisa en su pálida cara.

Esta vez portaba en sus manos un pequeño ramo de flores, jazmines, concretamente las favoritas de Christine.

- ¡Ya estoy en casa!

-¡Estoy en el dormitorio!

Y él corrió hacia la habitación con el ramo tras él, creyendo que así ocultaría los jazmines.

Ella estaba despojándose de una camiseta y unos pantalones vaqueros incómodos y cambiando estos por un vestido blanco y fresco incitante para él.

Se percató del ramo tan mal escondido por él y se acercó con una sonrisa de oreja o oreja.

-¿pero por qué lo has hecho?-ella no cesaba de reír y él se mostraba avergonzado.

-No sé, no hay que tener motivos, ¿no?.

-Eres adorable.

Y cogió el ramo, llenó un jarrón de agua y metió todos los jazmines ahí.

Él se acercó a ella y la rodeó con sus fuertes brazos. Cada vez que hacía esto, ella se sentía protegida, como invulnerable a todos los males existentes.

Se besaron, tanto que parecía que se estaba fundiendo el uno con el otro.

-Te juro que eres mi mayor tentación.

Y a continuación hicieron el amor, como cuando aún tenían 16 años, como si fuera otra vez la primera vez.

Después, quedaron rendidos y Christine quedó dormida.

Soñó con él, como no. No podía tener en mente otra cosa. Él siempre era el protagonista de sus sueños desde hacia ya cuatro años.

Se despertó sobresaltada como si se tratara de una mala pesadilla, aunque no fuera este el caso en absoluto.

Se volvió deprisa para el lado izquierdo de la cama; no había nadie, se había ido, había dejado su cama fría y solitaria otra vez. El colchón echaba de menos su cuerpo, al igual que Christine.

Siempre ocurría lo mismo, siempre se quedaba solitario el lado izquierdo de la cama después del momento de pasión y ella se sentía por unos instantes como la típica chica que se despierta solitaria en la cama después de un romance pasajero de una noche, cuando el chico ya la ha abandonado sin despedirse. Pero pronto reaccionaba; ella sabía que aquello no era algo pasajero, que él no se había despedido de ella para no molestarla mientras se encontraba en el reino de sus sueños, y que volvería a verlo al día siguiente, a las 15.00, cuando entrara por la puerta y se muriera de ganas por amarla, con ramo o sin él.

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